miércoles, 3 de enero de 2018

LA PIEDAD. EL TESTAMENTO PICTÓRICO DE TIZIANO




































Igual que la Pieta de Rondanini lo fue de Miguel Ángel, esta Piedad es el testamento artístico de Tiziano.
En ambos casos quedaron las obras inacabadas, dejando al espectador el camino abierto para ver los secretos de la cocina de sus creadores.
El cuadro (rematado en algunos aspectos por Palma el joven), es toda una reflexión sobre la muerte de un hombre ya nonagenario y envuelto en la mayor Peste que había conocido Venecia y que había afectado a su propio hijo, Orazio.
La obra también puede entenderse como la obra última producida para él mismo (pues la tenía destinada para su propia tumba) en donde pretende su salvación (haciéndose acompañar de sus santos protectores, como podría ser José de Arimatea, San Jerónimo o el Santo Job, figura que sostiene el cuerpo muerto de Cristo, pero también (acaso) el propio ofrecimiento de su muerte para salvar a su citado hijo (¿acaso es ese el significado el pelícano borrosamente esbozado en el mosaico del la bóveda que se rasga el vientre, como decían los bestiarios, para dar de comer a sus polluelos con su propia sangre o la actitud suplicante de la figura de la derecha en la que se ha querido ver el último y más desesperado autorretrato del pintor o la curiosa tablilla de la derecha en donde pintor y vástago oran ante una Virgen?).

Sea cual fuera la interpretación, o cierto es que la pintura es la perfecta representación del último estilo del maestro, en especial cuando se enfrentó a cuadros de temática religiosa.
Como ya vimos aquí, dos herramientas dominarán la técnica del momento: la luz y la mancha.


























Frente a la primera encontraremos un claroscuro cada vez más poderoso y expresivo que cargará de emotividad la escena, envolviéndola en un mundo casi onírico de reverberaciones, sombras y reflejos que disolverán las formas hasta convertirlas casi en una sopa corpórea.

Íntimamente relacionada con esa extraña y significativa luz, la manera de su pintura se volverá cada vez más fluida, con una pincelada de soltura extrema (a veces incluso aplicada con los propios dedos) que potencia la técnica anterior, eliminando volúmenes y ambientes en sus torbellinos y aniquilando definitivamente una de sus maestrías, la belleza del color (sólo hace falta compararla con una obra de sus inicios, como Amor divino y humano).

 




















Con todo ello consigue crear más una atmósfera que una escena, un vago pero ruidoso sentimiento de aniquilación de las formas sensibles semejante (aunque con técnicas muy distintas) al non finito miguelangelesco de su Pietá de Rondanini en donde la belleza ha cedido a la tragedia, a la profunda decepción (y casi podríamos decir, abandono) de este mundo para internarse en las penumbras de lo que aún no conocemos
Pietá de Rondanini. Miguel Ángel




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